Jesús Emilio Montoya

La víctima preferida por los ladrones

Fotografías:
Julio Barrera
- Escrito Por:
Juan Sebastián Salazar
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Yo venía bajando ahí cuando me pone la mano un man y paro. Cuando el man se monta por delante otro man, sin darme cuenta, se sube por detrás y me pone una doble cañón en la nuca, lo que llamamos melliza… ¿Cómo es que era? Un changón doble.

—Vamos pa’ arriba, pa’ La Banca. No se preocupe que no le va a pasar nada. Necesitamos el carro.

—Ah, listo. No, todo bien.

Cuando por allá llegamos me bajan y un man se queda, ese les dice a los otros dos:

—Súbanlo pa’ arriba.

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Uno me coge de un brazo y el otro de otro y me ponen una capucha en la cabeza… ¿Usted qué pensaría ahí? Yo pensaba que me iban a matar, que no iba a volver a ver a mi familia… Pensaba también en el momento en que dispararían: ¿Cuándo van a echarme el balazo?

Me suben por unas escalas y me meten a una casa abandonada . Allá me sueltan, me quitan la capucha y los manes se van. Me dejan con tres pelados que tenían entre diez y doce años, ¡con meros fierros y con unas caras de malos!

—Cuídenlo bien cuidado.

Les dijeron. Los pelados no me hablaban ni una sola palabra: se paseaban y me miraban. Por ahí a las dos horas escuché una voz:

—Bájenlo.

Entonces los pelados me ponen la capucha y me vuelven a coger de los brazos. Yo dije Bueno, ahora sí me llegó la hora; quién sabe qué les salió mal el negocio. Ya me van a matar.

Me bajaron por otro lado, y cuando ya estaba en la vía –la misma donde me habían robado el carro– me quitan la capucha, se van y veo a los dos manes que habían abordado el carro, al inicio.

—Quiubo, Cucho. ¿Cómo lo trataron? ¿Lo robaron?

—No, no. Todo bien. A mí no me quitaron nada: ni plata ni reloj ni nada de esas cosas.

—¿Lo trataron bien?

—Sí, sí. Claro que sí.

—Ah, bueno… Vea, váyase aquí derecho, dos cuadras… Allá está el carro. No le pasó nada. Tiene su radioteléfono, tiene todo. Debajo del tapiz están las llaves. Váyase. Si quiere coloque el denuncio, si no quiere no lo coloque, pero tranquilo que no se pudo hacer la vuelta.

Y yo Ah, bueno. Gracias, muchachos. Y arranqué pa’ allá diciendo Bueno, ya pasó lo maluco. Y le daba las gracias a los muchachos.

—No, muchachos, gracias, gracias…

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¡Jueputa! Estaba más contento que un hijueputa. Yo ahí no pensé que me iban a disparar por la espalda.

Fui al carro y ahí estaban las llaves, el radioteléfono… todo. Lo que hice después fue abrir la maleta: ¿qué tal que me hayan dejado un muerto? Y no, todo bien.

Arranqué y ahí, en el Parque Gaitán, en una Inspección de Policía, coloqué el denuncio y comenté la cosa porque… no, ¡las huevas!, uno no sabe si mataron a alguien, si cometieron un robo. Me tuvieron ahí dos horas. Luego me soltaron. Y ya.

La otra vez me pasó lo mismo, parecido, por allá en Picachos; solo que ese día sí me robaron el carro: no me lo dieron. Yo hice el denuncio, pero la señora del carro pensó que yo me había hecho el robado, ¿si me entiende? Entonces me hicieron una indagatoria… No, yo quedé como sospechado… como autorrobado. Me tocó ir varias veces a La Alpujarra por ese robado. Al tiempo a la señora el seguro le dio otro carro.

Después, a los seis - siete meses recuperaron el taxi, y que dizque estaba trabajando como taxi… común y corriente: tenía el motor regrabado y otras placas. Cuando me llamaron para borrarme de todos esos cargos y esas huevonadas me contaron la historia.

La dueña del carro nunca se disculpó. Yo quedé muy ofendido.

A ver… Espere hago cuentas: una, dos, tres… A mí me han robado el carro unas cuatro veces y en ninguna de esas los patrones mostraron interés por mí. Solo el carro.

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