José Castañeda

Contra todo pronóstico

Fotografías:
Julio Barrera
- Escrito Por:
Juan Sebastián Salazar
José Castañeda / Bogotá, taxista - Relatos Amarillos

Resulta que el hombre estaba en San Mateo. Y ahí estaban los dos y sacaron la mano. Normal. Yo paré, se despidieron y solo uno se subió. 

—Me hace el favor me lleva a la Clínica Mederi.

—Claro, sí señor, con gusto.

Normal. Ya cuando estábamos llegando me dice Señor, ¿será que le puedo pedir un favor? Necesito que vaya más rápido. Es que sufro de la próstata y ya voy a completar veinticuatro horas que no orino, entonces se me está inflamando la vejiga y donde eso estallé me intoxico y me muero aquí en el carro. Yo vi que el hombre no se aguantaba más y empezó a retorcerse y retorcerse. Menos mal era domingo y nos movíamos, pero ya en el Sena había un taco tremendo y cuando medio llegué a la 30 me arrimé a un agente de tránsito:

—Jefe, necesito que me autorice ir por la vía del TransMilenio. El señor está grave y me da miedo que se muera dentro del carro.

Ahí radió un poquito y yo le dije que qué pena, señor agente, pero cuanto mucho me harán un comparendo: yo no dejo morir a este señor en el carro. Entonces cogí la del TransMilenio a lo que daba: cien, ciento veinte kilómetros. Y eche pito y el policía de tránsito atrás mío con la sirena.

José Castañeda / Bogotá, taxista - Relatos Amarillos

Cuando llegué a Urgencias de la clínica el mismo policía ayudó a traer una camilla.

—No, yo creo que el hombre se muere. Yo lo vi muy grave.

Dijo el policía.

—Bueno, ¿y qué? ¿Le pagó la carrera?

—No, ¡en qué momento! Yo soy un hombre de caridad.

Es que le voy a decir la verdad: yo más o menos me defiendo con la sangre… es que desde muy pequeñito yo trabajaba en una funeraria. Mejor dicho, prácticamente toda mi vida trabajé en una funeraria como funerario. Yo fui celador, conductor, todero… incluso viajé hartísimo. Yo cogía a los muertos en la calle, en los hospitales, en las casas… de todo. Yo en la funeraria vi el dolor de la gente y al final uno termina siendo más servicial.

Así he tenido a varios: a una señora que estaba a punto de dar a luz, a uno que habían apuñalado, a otro que le pegaron unos tiros por robarlo… ese ultimo fue un compañero. Yo vivo en Bosa y un día estaba caminando, como a las once de la mañana; de repente escuché unos tiros –tres o cuatro– y seguí y vi un taxi Atos atravesado, en la calle; tenía las puertas abiertas. Cuando me acerqué vi a un compañero que me dijo:

—Señor, ¿usted sabe manejar? 

—Sí, yo soy compañero suyo.

—Por favor lléveme a un hospital que me acaban de robar y me dispararon.

Entonces lo llevé y cuando llegamos lo subieron en una camilla. Ahí mismo un policía llegó a esposarme… Claro… Yo estaba lleno de sangre –todo encharcado– porque ocupé el puesto del conductor, donde el compañero estaba.

—Es que usted es el primer sospechoso.

—No, ¡cómo se le ocurre!

Y no me dejé esposar:

—Camine y hablemos con el paciente antes de que se desmaye.

Entonces el policía le preguntó y él le dijo lo que había pasado, pero, sin embargo, no me dejó salir. Y así hasta que llegó un Teniente que me dejó ir.

José Castañeda / Bogotá, taxista - Relatos Amarillos

Cuatro meses después tocaron la puerta y era el compañero con la esposa.

—¿No se acuerda de mí?

—No, la verdad no…

—Yo soy el señor que usted le salvó la vida.

—¿Cómo así…?

—Sí, usted me llevó al hospital.

—Ah, ya ya ya… Siga, hermano… nos tomamos un tintico.

—Pero antes ayúdeme a bajar uno paqueticos que llevo ahí.

El hombre me traía un mercado.

—No, hermano, cómo se le ocurre.

—Esta es una pequeña muestra de agradecimiento de lo que usted hizo por mí. Si usted no hace eso yo me muero ahí. De todos los que pasaban nadie se arrimaba al carro… Solo lo hizo usted.

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