
Años 90
EXPLORAR

Finales de los 90
Con la vista en el Siglo XXI
La década cúspide del crecimiento del rock en nuestra Nación Rebelde RTVC da sus últimas puntadas a través de las voces de bandas fundamentales del momento, como Bajo Tierra, Ultrágeno, La Severa Matacera y Sidestepper.
Por Álvaro Castellanos
En la línea del tiempo del rock colombiano, la década de los noventa ocupa un rango muy generoso. En términos de creación artística, crecimiento de la escena y consolidación de agrupaciones, fueron años que no dieron respiro. Las bandas colombianas estelares sonaban a sí mismas y comenzaban a expandirse en todas las direcciones gracias al auge internacional de Aterciopelados, de muchos actos más y a plataformas de difusión como Rock al Parque. Nuevas bandas ganaban reconocimiento haciendo sombra bajo nuevas estéticas que enriquecían a un género que ya lucía diversificado.
Con la mirada puesta en el inquietante Siglo XXI, el país era testigo de la llegada tímida de Internet, cuando los cambios que produjo en el mundo para democratizar de la información aún no eran notorios. De la eliminación en primera ronda de la Selección de fútbol en el Mundial de 1998. De las negociaciones fallidas entre las Farc y el Gobierno, con aquella postal del presidente Andrés Pastrana sentado junto a una silla rímax vacía en San Vicente del Caguán. Y del asesinato de Jaime Garzón en 1999, cuando su camioneta fue baleada por sicarios frente a la emisora en la que trabajaba. Por esa vía, los grupos paramilitares comenzaban a afirmarse en gran parte de Colombia como resultado de una alianza sigilosa entre terratenientes, narcos, élites y agentes estatales. Y mientras todo esto sucedía, el rock alternativo, el metal con sus diferentes matices, el punk rock, el reggae, el hardcore punk y el rock de fusiones latinas o electrónicas iban integrándose en una escena musical cada vez más amplia, que consolidaba una comunión única entre los fanáticos y sus bandas favoritas.
«Grupos como las 1.280 Almas, Morfonia, no sé, un poco más atrás Hora Local o los mismos Aterciopelados, empezaron a ser narradores también de una época y narradores de unas vivencias colectivas y personales que hicieron que mucha gente empezara a identificarse con ellas. Y entonces, pues, yo creo que ahí detrás es donde hay una conexión muy intensa», comenta Amós Piñeros, líder de la banda Ultrágeno, en Nación Rebelde RTVC. Para esta época, era oficialmente complejo tratar de encasillar a muchas agrupaciones por su género y una agrupación como Ultrágeno era un ejemplo perfecto de este fenómeno. Su propuesta reunía elementos del Hardcore, una mezcla entre punk y metal de potente auge underground en Estados Unidos desde finales de los años ochenta. También tenía elementos de rock industrial, influenciado por grupos como Nine Inch Nails o Ministry. Y de nu-metal, otra tendencia fresca importada de Norteamérica con líricas rimadas que se acercaban al hip hop. La banda no tenía bajos y la batería sólo empleaba bombo y redoblante, lo cual le daba un toque orgánico a su interpretación.
«Desde el primer concierto que fue como en un bazar de colegio, hasta que ya empezamos a tocar en lugares más o menos grandes, fue un proceso muy orgánico (...) Había tanta gente que nos amaba, como gente que no les gustábamos. Tuvimos al principio la osadía de decir que hacíamos industrial, y vinieron todos los grandes gordos del industrial a acabarnos», resalta Piñeros. Su banda se formó en 1996 después de la disolución de Catedral, su anterior proyecto que se alineaba más al grunge, otro género muy poderoso en Estados Unidos, con exponentes que pasaron a la historia como Nirvana y Pearl Jam. Amós, en las voces, y Andrés Barragán, en la guitarra, fundaron un proyecto que dejaba ver una furia interna muy impactante en la puesta musical de la banda.
«Ultrágeno era una palabra que yo tenía guardada como en mi vademécum de palabras. Cuando empecé a tener experiencias, digamos, como psicoactivas y de siempre, yo anotaba muchas de las palabras y las frases y los conceptos y Ultrágeno fue una de esas que se quedó ahí y no supe qué significaba hasta que ya llegó la banda y encontré que, claro, tenía todo el sentido (…) Eso somos los seres humanos, somos la “raza furia” ¿no? Una raza, entre comillas, que somos los colombianos (…) Y por otro lado el concepto viene a ser de fondo sectario, pero como de una raza más emocional, alguna cosa de que somos una gente que con la misma fuerza puede abrazar a alguien como también puede matarlo. Y eso lo vemos muy claro en nuestra historia como nación, entonces toda esa narración mitológica vino a completar y darle sentido a Ultrágeno».
En sus doce años de vida, Ultrágeno lanzó dos discos de estudio, tres videoclips y participó de tres recopilatorios. Entre sus canciones más recordadas, que tienen en común una marcada experimentación con el lenguaje y la bogotanidad, se imponen La juega, Código Fuente, Almuerzo ejecutivo y Divino niño.
Divino niño divino niño, ven cuídame
Ya no me queda más qué hacer
Divino niño, protégeme
Que encomendarme a tu parecer
Hoy… ¡no quiero hablar!
Tengo ganas… ¡de gritar!
Y a la gente despertar, o besar
De una vez, bostezar o bailar
Tantas auras, para recordar
Que no quería ver
Pero me hicieron reír
Yo no quería ver
Pero me hicieron reír
Yo no quería ver
Pero me hicieron reír
Amós Piñeros es claro al señalar la importancia de Ultrágeno para el rock colombiano. Su música, cruda, contundente, encriptada y a veces con violines, aún se escurre entre los dedos al tratar de catalogarla. «El aporte yo creo que fue esa libertad ¿no? Esa contundencia y esa crudeza, esa corrosión de un sonido súper fuerte, pero a la vez esos contrastes, con el violín y por eso también yo creo que ese espíritu de eclecticismo, que era tan difícil de implantar en esa época. La gente va hacia el funk, el metal, pero que estuviéramos en un punto intermedio, navegando entre el metal, el punk y el rock, sencillamente deja un espacio muy grande a que hubiera pluralidad ¿no? A que haya públicos de muchos tipos que iban a ver a Ultrágeno ¿no? Yo creo que ese fue el gran legado, tanto social como musical de la banda».
La versatilidad musical que aterrizaba en el rock colombiano venía notándose desde hacía años, sólo que para finales de los años 90 el entusiasmo masivo de bandas con nuevos sonidos dejaba ver con más fuerza la multiculturalidad nacional. Si bien los accidentes geográficos sobre los que se cimentó Colombia han jugado en contra por la lejanía entre los pueblos y su fragmentación, en términos musicales estas diferencias también constituyen un tesoro. Así lo considera Piñeros. «Yo creo que Colombia es, como ya lo han dicho, es una gran meca, un caldo de cultivos (...) tenemos tres cordilleras y estamos en un lugar muy privilegiado en el planeta (...) tenemos una diversidad de orígenes muy grande. Entonces, la geografía colombiana permite que de un pueblo a otro, teniendo una loma de por medio, cambien los acentos, cambien las maneras de tocar un bambuco, cambien las maneras de hablar y de los modismos. Y de igual manera, pues eso hace que seamos muchas naciones en una ¿no? Entonces (...) tiene sentido común pensar que seamos una gran mina, una gran cantera de cultura y de musicalidad».
Una agrupación que alzó con mucha visión las banderas de lo que estaba por venir fue Sidestepper, fundada en 1997. Durante los últimos 25 años, este proyecto liderado por Teto Ocampo ha hibridado elementos de la música antillana colombiana con ayudas electrónicas, que van del dance-hall al drum-and-bass. El otro gran componente de Sidestepper es Richard Blair, un productor británico que encontró en Colombia un tesoro de experimentación musical para profundizar en sus pretensiones creativas, orientadas al world music y a la llamada «cumbia electrónica». Años después, Blair sería el cerebro de Bomba Estéreo. En tanto, Ocampo venía enriqueciendo su entendimiento sobre la música nacional desde el auge del hipismo en los años setenta.
«El hippismo es para mí lo más importante. Yo digo que yo sigo siendo un hippie. Hubo mucha desilusión de la juventud en los 70 porque los hippies se volvieron profesionales y se pasaron al sistema, y diez años después, se les olvidó el hippismo y ahora ellos mismos eran los que hacían todo mal. Pero el hippismo es la búsqueda de los jóvenes de no pertenecer más al sistema, al sistema depredador, y entonces, se revolucionó todo con el hippismo. Y la revolución fue muy bella, porque fue incluir, o sea fue un movimiento del no racismo, eso es lo más importante para mí. Fue un movimiento en donde las mujeres tuvieron voz, donde trajeron a Ravi Shankar a tocar a Woodstock, donde nadie lo conocía. A los afros blueceros de Estados Unidos no los querían por ser afro, por racismo, pero a los hippies los visibilizaron, los abrazaron y los trajeron a cantar a los festivales como los maestros que eran», resalta Nación Rebelde RTVC Ocampo, que años antes hizo parte del proyecto musical ecléctico de Carlos Vives, lo cual también le trajo importantes aprendizajes.
«Aprendí también cómo el rock no es nada. El rock es una conjunción de músicas folclóricas, y entonces dentro de eso podía estar el vallenato, o la cumbia, o la samba brasilera, o argentina o cualquier música. Cualquier música puede ser rock, el rock sin folclor no es nada. Cuando empezó el rock era el Country, el Blues haciéndose de manera urbana, o sea la gente de las ciudades imitando a los músicos folclóricos. Aquí también podía hacer lo mismo». Para 2022, Sidestepper tiene ocho álbumes de estudio. El primero, Southern Star de 1997 y el último, Supernatural Love de 2016. Como pocos, Teto Ocampo tiene claro que el rock colombiano debe asumirse como una catarata de sonidos diversos confluidos e incluyentes. «Nación Rebelde es música, es indio, es negro, es campesino, es folclor, es hermandad, es ancestro».
Mientras los híbridos del rock tomaban impulso, el género en su concepción más canónica seguía su curso en el país. Por esa vía, el 2 de mayo de 1999 se produjo otro acontecimiento estelar para los conciertos de rock en el país. Metallica, acaso la banda de rock más importante del mundo en la época, aterrizó en Colombia como parte de una gira Mundial para promocionar su disco Garage Inc. Más de 102000 personas de Colombia y países vecinos se juntaron en el Parque Simón Bolívar de Bogotá, después de varios días haciendo fila en sus inmediaciones, en lo que se convirtió en una cita histórica única para revivir el pasado y el presente de un grupo que fue transformado su propuesta musical, del thrash-metal de sus orígenes, a un rock pesado que también le generó críticas e inconformidad por parte de los metaleros más puristas.
En pleno cierre del Siglo XX, el rock en español que daba continuidad al auge de los años 80 seguía siendo protagónico en Colombia. Un referente de esta apuesta menos ecléctica, pero rica en su interpretación, es Bajo Tierra de Medellín. Algo de rock alternativo y post-punk conforma la apuesta de esta agrupación comandada por Jaime Pulgarín a partir de 1989 y que en la actualidad sigue vigente. Así como Ultrágeno reflejaba la hostilidad de Bogotá o Superlitio la diversidad de Cali, Bajo Tierra era una banda que sonaba y respiraba el sentimiento musical de una Medellín diferente, más allá de la violencia de los carteles y el malestar del no-futuro.
«Yo pienso que de alguna manera se contó lo que estamos viviendo en ese momento en el país y en la ciudad, básicamente, entonces nos volvimos como una especie de relatores de lo que pasaba en el momento. Yo creo que eso marcó también el estilo del grupo y también cómo volvernos referentes para otras bandas con eso. No lo estábamos buscando, simplemente pasó, pero sí, o sea temas políticos, de amor, de calle, de lo que estaba pasando, pues, lo contamos a la manera de nosotros. Yo creo que ese es el legado y creo que es un grupo que suena a Medellín, a Medallo», destaca Pulgarín en Nación Rebelde RTVC.
La canción más representativa de Bajo Tierra se titula El Pobre, del disco Lavandería Real de 1996, difundida con muchísima fuerza en emisoras como Radioacktiva. Este sencillo se convirtió en banda sonora de la época, cortesía de una letra de desamor, en la que la voz narradora manifiesta una dependencia tóxica hacia una femme-fatale.
Ella maldijo mi nombre
Por ser un amante, un amante pobre
Ella maldijo mi nombre
Por ser un perro más duro que un roble
Ay, pero yo no quiero trago, yo no quiero más droga
Yo te quiero, mujer, vos sos lo que me ahoga
Yo no quiero rueda, yo no quiero más alcohol
Salvame vos, sos mi última opción.
«Creo que los noventas son como el establecimiento del rock en Colombia, por así decirlo y, el tema de del rock en español, del rock cantado en la lengua nativa, es bien interesante. Yo creo que es el momento en que, pues, Aterciopelados hace su carrera, empiezan a haber un circuito ya como de una Latinoamérica más entrelazada. También hay un interés de las emisoras, las disqueras, el tema del vídeo también se ve muy importante por MTV. Entonces Estados Alterados saca su vídeo en MTV, a nosotros también nos ruedan el video de El Pobre, bueno, empiezan a pasar una cantidad de cosas que se van como hilando, creo que fue ese boom grande en los 90 después donde el rock estaba en boga» recuerda Pulgarín, quien no deja de lado la importancia de eventos masivos públicos como Rock al Parque y su homólogo paisa, el Festival Altavoz, cuya primera edición se celebró en 2004 y ha seguido desarrollándose anualmente, alcanzando en la actualidad las 18 ediciones.
Son muchas las agrupaciones nacionales que dieron continuidad a la década más prolífica que ha visto el rock nacional. Si Ultrágeno apropiaba influencias del hardcore, el industrial y el nu-metal, La Severa Matacera, también de Bogotá, presentaba una propuesta alimentada por el punk rock, el ska y el reggae. La banda se formó en 1995 y, a lo largo de más de 25 años, ha lanzado ocho trabajos discográficos. Alejandro Veloza, su guitarrista, destaca en Nación Rebelde RTVC la esencia del Do it yourself que los ha mantenido vivos. Porque, en medio de la explosión que tenía a bandas como Aterciopelados en la cresta de la ola de popularidad latinoamericana, muchísimas otras, la gran mayoría, como La Severa Matacera, han construido carreras respetables basados en la noción del hazlo tú mismo.
«La autogestión es algo que surgió de la necesidad misma desde el principio de mantener el proyecto vivo. En un principio uno no tiene tantas pretensiones, uno sólo quiere hacer algo de música que le gusta, pero cuando ya uno sale a la primera tarima de Rock al Parque y ve que es capaz de tocar a más de 30 mil o 40 mil personas y más adelante de 100 mil personas, uno ya ve la necesidad de mantener el proyecto en una perspectiva más larga y se ve obligado a mantener los recursos de alguna forma teniendo en cuenta que el rock aquí en Colombia no es el género más apoyado, ni el público es tan extremadamente rockero, ni la configuración de la industria musical está enfocada hacia el rock», explica Veloza.
El sonido enérgico, confluido y orgánico de La Severa Matacera permitió que, bajo sus propios medios, viajaran por Latinoamérica. Inmunidad, su primer disco, fue grabado en México y le permitió a la banda expandirse por un mercado hispanoamericano interesado en su propuesta. La Severa Matacera es importante en la consolidación de nuestra Nación Rebelde RTVC durante los años noventa, porque era prueba de que, detrás de los reflectores del mainstream, muchos sonidos emergían y sostenían habitando el underground.
«El legado que deja La Severa yo creo que es bastante grande y recoge cómo se vivieron unos tiempos y una discografía que cuenta unas historias muy importantes de una generación, que deja unos puntos de vista críticos para analizar, para discutir. Nosotros nunca hemos pretendido tener la última palabra ni ser la voz de nadie, ni tener unas rutas ideológicas muy radicales, sencillamente siempre dejamos abierto un punto de discusión y un punto de debate con unas preguntas muy importantes en las canciones para que la gente reflexione y realmente busque proponer cambios qué es lo que se necesita, para evolucionar tenemos que estar cambiando porque el mundo es cambiante y tenemos que seguir avanzando», concluye Veloza como representante del camino independiente para conquistar los sueños del rocanrol en una Nación Rebelde RTVC que, llegado el nuevo milenio, seguiría transformándose y jalando del pasado para desarrollarse hacia el futuro.


Los años definitivos
Cuando el rock colombiano cambió para siempre

El festival de Rock al Parque, Aterciopelados y las voces de los protagonistas de mediados de los años 90 documentan los acontecimientos más importantes en la consolidación de nuestra Nación Rebelde RTVC.
Por Álvaro Castellanos
El diseño luce precario para nuestro tiempo, pero tal vez fue estéticamente válido en 1995. La imagen, de fondo blanco, muestra unos trazos negros que construyen la representación de un punkero de pelos parados tocando una guitarra. Y en la parte superior, con letra chueca, acaso escrita a mano, se indica el nombre del festival: «Rock al Parque». Entre el 26 y el 29 de mayo de 1995, el rock en toda su amplitud se apoderó de la Media Torta, el Estadio Olaya Herrera, la Plaza de Toros la Santamaría y el Parque Simón Bolívar. Mario Duarte, líder de la banda La Derecha, Julio Correal, empresario de conciertos, y Berta Quintero, subdirectora de fomento del Instituto Distrital de Turismo de Bogotá, dieron continuidad a los «Encuentros de música juvenil», celebrados en el Planetario en 1994, y un año después acordaron la realización de una serie conciertos gratuitos bajo el nombre de Rock al Parque, con la participación de 43 bandas nacionales y la presencia internacional de Fobia de México y Seguridad Social de España. Cerca de 80.000 personas acudieron a esta primera edición y, a pesar de la acogida inicial que tuvo, era sencillamente imposible imaginar que este festival gratuito al aire libre de afiche rústico se convertiría en el hito más grande del rock colombiano y que se perpetuaría durante 25 años consecutivos, sólo deteniéndose entre 2020 y 2021 por culpa de la pandemia de Covid-19.
En 1995, en Colombia se inauguró la primera línea del metro de Medellín, Atlético Nacional llegó a semifinales de la Copa Libertadores, Álvaro Gómez Hurtado fue asesinado por sicarios y se comenzaba a desatar el escándalo del «Proceso 8.000», que señalaba a los jefes del Cartel de Cali, Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela, de financiar la campaña presidencial de Ernesto Samper. En medio de estas turbulencias, también surgía Rock al Parque, un evento surgido en la alcaldía de Antanas Mockus y que terminó siendo mucho más grande y longevo que lo que cualquier gestor cultural o fanático del rocanrol de la época pudiera imaginar.
«Rock al parque para nosotros ha sido increíble. Eran las primeras oportunidades que uno tenía de subirse a un escenario grande, con harto público, con buen sonido, pues era también todo un proceso de aprendizaje porque nadie sabía hacer una prueba de sonido, nadie sabía nada. Pero éramos todos aprendiendo y haciéndolo y era muy increíble. Eso es Rock al Parque (…) un lugar democrático y popular», comenta en Nación Rebelde RTVC Andrea Echeverri, líder de Aterciopelados, banda presente en esa icónica primera edición de un festival que cambiaría al rock colombiano para siempre.
Héctor Mora, exdirector de Rock al Parque, periodista musical y personalidad de la radio, recuerda en Nación Rebelde todo lo significó este evento en términos de repercusión internacional. «Logramos ser carátula de la revista CMJ de Nueva York en su momento, no sólo en las noticias de MTV y en las radios norteamericanas, sino en las revistas mexicanas que tenían especial atención hacia el evento. Yo creo que esa internacionalización fue clave para mostrarlo como algo único en Suramérica, porque desde que tuve la oportunidad de estar en ese festival, desde la primera vez dirigiéndolo, tenía claro que era algo único en Suramérica. Y por cosas del destino había podido viajar y tenía contactos con otros músicos de otras latitudes y demás, y sabía que no había otro concierto gratuito en América Latina así de grande y con ese potencial».
Durante el último cuarto de siglo, Rock al Parque se ha consolidado como el festival musical gratuito más grande de Hispanoamérica y el tercero más grande del mundo. Las postales aéreas de cada año muestran, como si se tratara de una peregrinación religiosa, a masas insólitas de asistentes posándose frente a sus bandas favoritas, sin importar las ediciones pasadas por aguaceros inolvidables o la la insólita granizada que se registró 2.007 y pintó de blanco cada centímetro del césped del Parque Simón Bolívar de Bogotá.
Desde su origen, el primer día de Rock al Parque se destina al metal: el estilo musical con fanáticos más fieles, pero también más sectarios y radicales. «El público al comienzo era súper agresivo, era muy rudo a veces. Morfonia nunca tuvo afortunadamente problemas con el público, pero sí muchas bandas. El Bloque de Búsqueda que había girado por el mundo tocó (en 1999) y… monedazos, cebollazos. Es curioso porque el día anterior habíamos tenido un concierto maravilloso con Morfonia, y al otro día me subo yo con El Bloque, el mismo de la Media Torta, y a recibir monedazos. Entonces es como un contraste brutal. Ya hoy en día no pasa eso afortunadamente. Ya el público está con ganas de ver lo que le pongan al frente, y eso es bueno», comenta Gregorio Merchán de la banda Morfonia.
Rock al Parque ha gestado largos debates a lo largo de su historia relacionados con lo que entendemos los colombianos por rock y la forma en que el género se ha redefinido de acuerdo a las tendencias internacionales y al reconocimiento de nuestra identidad musical diversa. De esta forma se ha construido un entendimiento de que el género no puede limitarse a distorsiones de guitarras eléctricas, sino que puede amplificarse a expresiones más universales, al mensaje de la música de sus exponentes o a un sinfín de híbridos colombianos que lo han enriquecido.
Desde los años 90, Rock al Parque ha representado un trampolín único para amplificar las propuestas de bandas no sólo colombianas, sino latinoamericanas. De esto habla en Nación Rebelde RTVC César López, baterista de Poligamia. «Se volvió un fin y no un medio. Las bandas se creaban y trabajaban para llegar a Rock al parque y nosotros, o por lo menos yo, entendíamos que era una plataforma para que eso se tornara en algún tipo de movilidad internacional. Lo que yo sí siento es que Rock al Parque termina siendo estructural para el desarrollo de la industria musical en Colombia, por supuesto de las músicas y del acto creativo, pero sobre todo en términos de aprender a salir en el escenario, de aprender hacer equipo, a construir familia para ponerse en escena en las mejores condiciones posibles».
Al recordar la importancia histórica de Rock al Parque, Julio Correal se adelanta en el tiempo al mencionar la décima edición del festival, el interés internacional por hacer parte de él y las presentaciones estelares de ciertas bandas, como Brujería en 2004. «Lo importante era lo que estaba pasando y que alimentó el rock latinoamericano. Todas las bandas querían estar en Rock al Parque. Los chilenos, los argentinos, los ecuatorianos. De Perú se venían en flota, de Estados Unidos, de Holanda. Todas las bandas que existían en el mundo del rock latino querían estar en Rock al Parque y yo creo que por eso fue que se dio esa edición del 2004 en donde estaban todos, hasta Brujería, que era hasta un mito, porque Brujería no sabían si existía o no existía, que era colombiano que no era colombiano, y allá llegó Brujería en el 2004», puntualiza Correal sobre la presentación de esta extravagante banda de grindcore estadounidense con raíces mexicanas.
Todavía underground en su posicionamiento mediático, el rock a mediados de los noventa conquistaba ciertos canales de difusión como la radio. El escritor y guionista Sandro Romero Rey, miembro en ese entonces de la Radiodifusora Nacional de Colombia, se refiere a la proliferación de agrupaciones bogotanas que se multiplicaban como la espuma. «La escena del rock en esos años se movía con mucha fuerza. Estoy hablando de los años 90. En el año 95 fue Rock al Parque y yo me vinculé en el 95 a 99.1 y al estar allí yo oía sobre todo música anglosajona, inglesa, americana, un poco de rock argentino. Pero sobre todo me gustaba rock en inglés y ahí comencé a entusiasmarme por el rock local, que formaba parte de la vida diaria de la emisora y empecé a entender el fenómeno y a darme cuenta de la dimensión extraordinaria que tenía. La multiplicidad de bandas que había por todas partes. Yo recuerdo que alguna vez hice la pregunta al azar a alguno de los especialistas en el tema y me decía que había más de ochocientas bandas en Bogotá y estoy hablando de la década del 90. Es decir, era toda una especialidad conocer el rock sólo de Bogotá, porque conocer lo que sucedió en Medellín, Cali, Barranquilla eran otros fenómenos igualmente interesantes, pero yo creo que había una actitud de reciclaje generacional con el rock».
La multiculturalidad evocada por la Constitución de 1991 se veía, de algún modo, reflejada en Rock al Parque. Pese a los encontronazos violentos de metaleros, punkeros y simpatizantes de otras escenas como el reggae, se activó una «extrema convivencia», como tantas veces rezó el eslogan del festival. Este llamado materializaba en esa muestra poblacional lo que anhelaba la Carta Magna para el país: que todos pudiéramos caber en un mismo espacio pese a nuestras diferencias. «En los primeros años, en los noventa (Rock al Parque) consolidó a las más importantes bandas del país. Me refiero a bandas, muchas de ese círculo, con las que trabajábamos y bandas como Las (1.280) Almas, Aterciopelados o Alerta Kamarada. Ese tipo de bandas que tuvieron una creciente audiencia en esas primeras ediciones de Rock al parque y se desarrollaron en gran medida por la creación de ese espacio», comenta en Nación Rebelde RTVC el músico y gestor Juan Sebastián Monsalve.
«A través de los años ha sido el movimiento yo creo que más representativo de Bogotá, no solamente por las bandas, sino también por su cultura, por el poder dar encuentro a muchas personas y a muchos tipos de vidas, ya que había gente que viajaba de otras ciudades a Bogotá. Era una fiesta de 3 días, en los cuales usted podía bailar, disfrutar, conocer nueva gente, conocer nuevas bandas, nuevas propuestas, uno iba como a ver las bandas específicamente que le gustaban, pero se encontraba con nuevas propuestas». Sin embargo, ubicándose en el presente y observando el panorama en perspectiva, Monsalve también le da lugar a la autocrítica. «El problema es que la escena roquera ha crecido enormemente y el festival no ha crecido en las mismas proporciones. Obviamente entonces hay muy pocos espacios y se ha vuelto una gran lotería para centenares de proyectos y que quieren participar y pelean cada año por muy pocos cupos por haber tantas bandas ya. Un concierto en Rock al parque tampoco es que signifique el lanzamiento al éxito de ningún proyecto».
Si bien el rock colombiano, como sucede en todo el planeta, se ha nutrido históricamente con las tendencias que llegan importadas de afuera, algo muy genuino a nivel creativo se dejaba ver en esas primeras ediciones de Rock al Parque. Las bandas colombianas, tal vez sin darse cuenta, habían desarrollado un estilo propio, un gusto a sí mismas. Y aunque estuvieran influenciadas originalmente por referentes específicos, tenían la capacidad de tomar sus insumos y reinterpretarlos con una ejecución auténtica. De este fenómeno da cuenta Julio Correal, destacando al grupo del que fue mánager y que la historia designa como el más grande que ha emanado de Colombia. «Hablando con Carlos Vives, por ejemplo, nos decía que nosotros éramos los patrones. Los que habíamos abierto los caminos realmente, porque esa conjugación de ese arte tan urbano que tenía Aterciopelados, tan de pueblo también, y esa manera como le metieron al rocanrol y cómo lograron esa fusión, se volvió fácilmente identificable. El Bolero falaz, La cuchilla, son canciones que identificaban de una vez como rock colombiano (…) Y de repente eres el mánager de la banda de rock más popular de Colombia y que pinta para ser la más popular de Latinoamérica. Y empezamos a viajar de giras, de tour de rocanrol. Eso era fascinante para mí y para ellos también. Estábamos todos aprendiendo».
Al momento de subirse a la tarima de Rock al Parque en 1995, Aterciopelados ya era la banda de rock más importante de Colombia, con todo y que aún tenían muchos peldaños por subir. Su música era una confluencia de estilos desautomatizados que iban del rock alternativo, al pop, al punk, a la bossa nova y a la salsa, siempre con un toque muy colombiano, que reivindicaba nuestra identidad nacional, aterrizándola a un story-telling coloquial y urbano, pero también emocional y poético. Ese año lanzarían su segundo disco de estudio, El Dorado que, visto en retrospectiva, parece una colección de grandes éxitos. Entre sus hits consumados y perdurables al paso del tiempo se destacan Florecita Rockera, Mujer Gala, Candela y Bolero Falaz: posiblemente la canción más recordada en la historia del grupo.
Buscas en mis bolsillos pruebas de otro cariño
Pelos en la solapa, esta sonrisa me delata
Labial en la camisa, mi coartada está hecha trizas
Estoy en evidencia, engañar tiene su ciencia
Estoy hasta la coronilla
Tú no eres mi media costilla
Ni la octava maravilla
Malo si sí, malo si no, ni preguntes
Ya no soy yo, fuera de mí es que me tienes
Que si vengo, que no voy
Y que si estoy, y que me pierdo
Que si tengo, que no doy
Y que si estoy y que me vengo.
Sobre el origen del verso (con grosería incluida) «te dije no más, y te cagaste de risa» esto resalta Andrea. «Sí había emisoras donde la cortaban. Había emisoras que hacían una cantidad de cosas raras, pero sí era chistoso que se conmocionaron con eso y después Molotov lanzó Puto, Puto, o sea lo nuestro era elegantísimo». Héctor complementa con que «eso surge de un rolismo, que es “se cagó de la risa” y yo recuerdo que Andrés Giraldo, nuestro baterista, lo usaba mucho. Era re rolo entonces, bueno, no sé, era como que la canción hablaba de ese melodrama y de una relación de todas esas inconsistencias, chistes de una relación y que se cierra con esa frase “te dije no más y te cagaste de risa” cómo para darle más melodrama a la canción».
El camino de Aterciopelados, sin embargo, había comenzado cinco años antes, en 1990, con una precuela musical llamada Delia y los aminoácidos, que fue el primer nombre de la banda. A dos voces, Andrea Echeverri y Héctor Buitrago lo recuerdan así.
Primero, Andrea: «Héctor estaba en La Pestilencia y estaba un poco aburrido de lo violento de la escena. Entonces siempre alquilaba un lugar para tocar y la gente rompía las sillas y al final ellos terminaban pagando un poco de sillas. Entonces él estaba como aburrido con eso y quería experimentar su alma inquieta de siempre y nos conocimos y nos enamoramos. Nos conocimos porque un amigo me llevó a un ensayo en casa para conformar una banda».
Y luego, Héctor: «yo tenía ganas de conformar una banda diferente y apareció este chico Mauricio Villamil, el guitarrista, y me dijo que él conocía a una cantante, que formáramos una banda y llegó con Andrea Echeverri allá a la casa del barrio Restrepo y bueno, ahí fue que hicimos la primera reunión y Andrea cantó por ahí algo. El hecho es que este chico Mauricio no continuó y quedamos Andrea y yo, luego vino la historia del romance y formamos Delia y los aminoácidos».
En 1993, la banda comenzó a llamarse Aterciopelados. Ese año lanzaron su primer LP, llamado Con el corazón en la mano, que incluía canciones destacadas como Mujer gala, Sortilegio y La cuchilla. «Digamos que internamente en las disqueras la orden era: firme un producto local, entonces para nosotros eso fue increíble, porque Héctor tenía un programa de radio en Javeriana Estéreo. Nosotros habíamos grabado Mujer Gala y Sortilegio ahí en una hora, en una consolita de ocho canales, pero con esa canción nos volvimos número uno en la radio colombiana. Por eso terminamos favorecidos por la orden de firmar un producto local local y BMG firmó Atercios, a 1280 almas y a La Derecha».
Con el lanzamiento de El Dorado, en 1995, las puertas al mainstream internacional se abrieron para Aterciopelados por medio de giras internacionales, en las que tocaron como teloneros de autoridades hispanoamericanas del género, como Soda Stéreo y Héroes del Silencio. Sobre la esencia de este disco y su versatilidad, Héctor Buitrago puntualiza: «Quisimos hacer algo bien auténtico y diferente y ya en ese momento estábamos haciendo esas experimentaciones que iban cambiando de canción en canción, entonces por eso hay un bolero, por eso hay una ranchera, hay una canción como Siervo sin Tierra, que es más andina, más charrasqueada. Hay rock latino como más altanero como puede ser candela y canciones bien roqueras, como Florecita Rockera y hasta pop, como Sueños del 95. Entonces ahí hay una mezcla de todo y estuvo muy bueno que el productor Federico López nos entendió muy bien y nos ayudó a que ese sonido tal vez así tan punkero y tan desordenado cogiera más norte y tuviera una sonoridad más pop también».
Para 1996, Aterciopelados giró por Estados Unidos, grabó un recordado MTV Unplugged y lanzó el disco que selló su llegada a las grandes ligas del rock internacional: La pipa de la paz. Grabado en Londres con la producción de Phil Manzanera, fue otro disco que no tuvo presa mala. A su estilo, Julio Correal recuerda las particularidades de sacar a Aterciopelados de su ecosistema y llevárselos a la fría rutina inglesa. «Don Phil dijo vénganse para acá y eso fue muy bonito, que hubiera llegado Aterciopelados a Londres a grabar. Aunque debo confesar que haberlos sacado de su entorno hoy en día pienso que no fue lo más acertado. En algún momento Andrea se sintió agobiada con esa grabación en Londres, era un ritmo diferente, era coger el tren, llegar al estudio, grabar todo el día, coger el tren, llegar al apartamento, coger el tren, ir allá no era algo tan chévere como pudiera haber sido aquí en Bogotá grabando en los estudios de Audiovisión con su gente y su vaina. Sin embargo, fue una experiencia fabulosa porque Phil Manzanera hizo un trabajo increíble y la disquera también hizo un trabajo increíble con el lanzamiento».
Cosita seria, Baracunátana y No necesito reafirmaron la personalidad musical de Aterciopelados que, gracias a este trabajo, se convirtió en la primera banda de rock colombiano en recibir una nominación a los Grammys anglo. Y también exaltó a Andrea Echeverri como una mujer adelantada a su tiempo al convertirse en un símbolo del empoderamiento femenino desde la música, muchísimo antes del posicionamiento social que han alcanzado el feminismo y la equidad de género. «Yo creo que también el rock ha servido para romper esas barreras que me parecen un poco esquemáticas, de decir que hay un rock de blancos, uno de morenos, uno de mujeres, uno de hombres. Yo creo que esas cosas, y parte del espíritu del rock, es romper esas barreras y que hombres y mujeres, gays, negros, blancos, podamos estar en comunión y podamos producir placer, producir experiencias artísticas sin tener que encasillarlas en un lado o en el otro», evalúa Sandro Romero Rey.
La historia exitosa de Aterciopelados se extiende a través de las décadas y llega hasta nuestros días. Y su legado, su capacidad de influir en las músicas contemporáneas colombianas, es algo totalmente indiscutible. La identidad nacional que sembró Aterciopelados la cosechan en la actualidad diversas propuestas, destacadas por Julio Correal. «Yo creo que sin duda Bomba Estéreo. Simón (Mejía) vivió de cerca ese movimiento del rocanrol. Yo creo que de Aterciopelados salió lo que es Bomba Estéreo, lo que es ChocQuibTown. Y más allá de la música, fue el hecho de que pudieran pensar que sí se puede hacer algo internacional y se puede hacer algo colombiano. Tener ese eco en el mercado de la música».
Con el nacimiento y posicionamiento Rock al Parque y el boom de Aterciopelados en Colombia y el mundo, la consolidación de nuestra Nación Rebelde RTVC se hizo posible. Sin embargo, este relato episódico que revive la historia del rock colombiano sigue su curso. El rocanrol nacional de los años noventa todavía hará más ruido y sus testigos de primera mano seguirán dando testimonio de la aparición de nuevos hitos y ritmos como parte de un mismo sentimiento.


Rock nacional
El ascenso hacia su cima de popularidad e impacto cultural
Integrantes de bandas como Poligamia, Ekhymosis, Aterciopelados y otros protagonistas musicales de comienzos de los 90, recuerdan en Nación Rebelde RTVC el crecimiento del rock colombiano al son de la Constitución de 1991.
Por Álvaro Castellanos
Aunque en el país del Sagrado Corazón todo puede ocurrir, nunca dejará de sorprender que los colombianos tuviéramos que esperar 105 años para que la obsoleta Constitución de 1.886 fuera remplazada. A pesar de que contó con nueve reformas entre el Siglo XIX y el Siglo XX, fue necesario esperar hasta comienzos de los años noventa para que viera la luz. Sin embargo, este hito de la historia nacional no llegó solo. Se produjo, de hecho, bajo presiones del M-19 que, a cambio de la liberación del político conservador Álvaro Gómez en 1986, había exigido la realización de una Asamblea Nacional Constituyente. Una vez desmovilizada esta guerrilla en 1990, la actual Constitución política colombiana entró en vigencia en julio de 1991, bajo el mandato presidencial de César Gaviria Trujillo y proclamó a Colombia como una nación pluriétnica y multicultural, resultado del sinfín de transformaciones políticas y sociales vividas en el Siglo XX. En ese tiempo, el país había comenzado a ocupar un lugar en el mapa mundial por motivos diferentes a la violencia, gracias al premio Nobel de literatura de Gabriel García Márquez y al regreso de la Selección de fútbol a un Mundial después de 28 años. Infortunadamente, la guerra contra los carteles del narcotráfico llegaba en paralelo a su clímax de violencia y dejaba una mancha indeleble para el relato nacional. Mientras tanto, el rock colombiano comenzaba a surfear sobre la cresta de una ola que, pese a sus altibajos previos, no paraba de crecer en popularidad e impacto cultural.
«Lo de la Constitución es algo importantísimo, pues también nos hizo entender el país de otra forma y mirarnos al espejo de una manera más real de lo que somos nosotros. Fue una década musical de mucha esperanza. Como que uno creía que se estaba construyendo una cosa súper grandota», recuerda en Nación Rebelde RTVC Gregorio Merchán, de Morfonia, una de las bandas que hizo parte del inmenso caudal de nuevos sonidos vinculados al rock alternativo colombiano de los años noventa. Al respecto, César López de Poligamia, banda referente de comienzos de la década, explica que la proclamación de la Constituyente en remplazo de aquel mamotreto anacrónico de 1.886 también brilló por la exclusión absoluta que tuvo el sector cultural. «En el 91 cuando había una nueva constitución, había también música y músicos y parecía que andábamos por dos autopistas distintas. Hoy eso no sería permisible. Una asamblea constituyente no tendría sentido sin la participación de los artistas. Todo tendría que caminar con el audiovisual, con el muralismo. Pero en ese momento, simplemente sucedía el narcotráfico, la nueva constitución y los músicos tratando de abrir su camino».
De cualquier forma, la Constitución de 1991 era la prueba fehaciente de que Colombia entraba en una nueva era alineada con las tendencias globales. Aunque a los trompicones, la modernidad iba aterrizando en Colombia y el rock, una vez más, no era ajeno a los cambios sociales que florecían en la sociedad. El Concierto de Conciertos de 1988 todavía estaba fresco en el recuerdo de una escena que crecía en cámara rápida. Y en este sentido, los conciertos, como fenómenos masivos, ayudaban a trazar una línea del tiempo vital para recuperar la historia del género.
Así fue como en noviembre de 1992, Colombia logró agendarse en la gira mundial de Guns ‘N Roses, acaso la banda de rock más popular del mundo en el momento. Fue otro de esos conciertos inolvidables para la historia del rock nacional, donde todos los personajes de la época tienen algo que decir sobre un evento atravesado por todo tipo de contratiempos.
«Tocó hacer el concierto sin techo, entonces corríamos el riesgo de que lloviera y pusimos velas e hicimos todas las brujerías que se pudieran hacer. Pero llovió preciso cuando aparece November Rain. El concierto fue el 28 de noviembre y la gente guarda ese recuerdo que está en video. Por ahí ha sido viral en esos momentos que Axl Rose cancela el concierto porque Slash estaba a punto de electrocutarse por estar tocando encima de una luz», comenta Merchán, resaltando aquel recuerdo viralizado en los últimos años por el empresario de conciertos Julio Correal. «Lo suspendieron y en vez de ir al camerino se subieron a la van, lo que quería decir que se iban para el hotel. Ahí es donde aparece Julio Correal y le dice a uno de los managers que para dónde va la banda, porque se va a ir y lo trata de detener sin éxito y la banda se fue y sí quisimos haber logrado que se extendiera. Los conciertos de ellos eran de dos horas y media, y aquí tocaron 54 minutos».
Armando Plata, referente de la radio juvenil en Colombia, puntualiza el caos vivido el 28 de noviembre de 1992 y resalta el mal comportamiento de las masas de fans que no estuvieron de acuerdo con el cierre intempestivo del concierto. «Yo no estaba en Colombia, pero sí hablé con (Armín) Torres (organizador del concierto) y me contó que las pérdidas fueron terribles y dejó una mala imagen de Colombia. Y Torres tuvo que migrar y ese concierto es muestra de lo que pasa cuando la gente se vuelve loca».
No había dudas de que, pese a sus desórdenes, el rock había conquistado un nicho prolífico, aunque no fuera el género musical por excelencia en el país. «En la radio estaba sonando, no sé, tal vez El Meneíto. No sé cómo el rock nos gustaba a nosotros. Sonaba a las tres de la mañana, en programas especializados y, bueno, a nosotros nos gustaban también cosas de la programación normal de pop y eso (…) Y nos tocaba buscar en la (calle) 19 (de Bogotá) los discos que llegaban, los amigos que viajaban y que traían discos, era más esa onda», explica Gregorio Merchán en Nación Rebelde RTVC. Sobre esto, complementa Julio Correal: «no había acceso a toda la música, la música que uno encontraba era porque alguien le prestaba a uno un disco, un casete o porque la emisora ponía una canción».
Todavía lejos de la democratización de la información que trajo Internet al mundo, los jóvenes se rebuscaban la forma de acceder al rock y a sus nuevos ídolos. Mirando hacia atrás, no es que el panorama hubiera cambiado tanto con relación a los años sesenta, setenta y ochenta en cuanto a la esencia underground del género, sólo que la oferta de rock era cada vez mayor. Héctor Mora, periodista e investigador musical, da cuenta de este auge. «Creo que el rock en los años 90 está buscando cómo diferenciarse a nivel colombiano con una historia, con un sonido que aún con las condiciones complejas que había en producción, grabación, pues lograron poco a poco forjar discursos de diferentes bandas que fueron sumando».
Los colegios de clases sociales privilegiadas fueron un lugar común de origen de bandas importantes para la época. Los fundadores de Compañía Ilimitada estudiaron juntos en el Gimnasio Moderno de Bogotá y, por su parte, los Poligamia venían del Emilio Valenzuela. Mucho antes de convertirse en un vocero musical de las víctimas del conflicto, César López revive en Nación Rebelde RTVC el surgimiento de su banda en 1990, cuando él y sus compañeros (Andrés Cepeda, Juan Gabriel Turbay, Freddy Camelo y Gustavo Gordillo) apenas soñaban con destacarse en una escena que se asomaba seductora frente a sus ojos. «Todo esto era con un nivel de precariedad, que nosotros igual no lo sentíamos, porque cada cosa que nos llegaba, la desarmábamos con muchísima curiosidad, cada teclado, cada nuevo sonido que escuchábamos. Te estoy hablando que no existían los procesos de masterización, en Colombia había algunas máquinas de cinta en los escenarios o en los conciertos en vivo, pero no habían las estructuras que hoy de tener un backline, de tener técnicos, esto era cada uno con los instrumentos sacados de su casa llevados hasta el sitio, armarlos, desarmarlos y conectarse con lo que había».
De nuevo, el DIY (Do it yourself) era imprescindible para surgir, sin importar que los integrantes de las bandas fueran económicamente pudientes, si bien esto era una ventaja porque propiciaba la comodidad de no tener que vivir de la música. «Hay que decirlo, Poligamia era una banda de chicos muy bien, los gomelos, y quiero pensar que eso no tuvo nada que ver en las posibilidades de que la banda tuviera trabajo y saliera adelante. De pronto si hubiéramos sido una banda que viene de Usme, Bosa, no sé, con las mismas canciones, no sé qué resultado tendríamos, porque esto es un medio que, hay que decirlo, también ha sido excluyente, clasista, racista».
López aclara que hacerse un lugar en el rock era todavía una prueba y error constante, subsidiada por el ímpetu juvenil de quienes perseguían el sueño del rocanrol. «Estábamos asistiendo al nacimiento, o a lo que nosotros sentíamos era el nacimiento del rock nacional, sin desconocer la lucha que habían dado todos los otros titanes desde los sesentas y setentas. Pero era la primera vez que sentía que la escena se movía. Los bares estaban activados con las bandas en vivo, nosotros tocábamos mucho en los bares en la Candelaria en ese entonces y en todos los que se iban abriendo y es allí, en el año 90 que se intenta crear unas roscas, era la primera asociación de músicos de rock de ese entonces. Otras sentíamos necesario asociarnos, pelear por nuestras causas, por nuestras tarifas, por nuestros derechos como comunidad del rock y me acuerdo que estaban allí todos los de la escena: Pasaporte y Compañía Ilimitada, incluso Carlos vives, nos reuníamos en ese bar en la Candelaria a tener las primeras reuniones, pero la asociación no prosperó».
Poligamia grabó cuatro discos entre 1993 y 1998, con un sonido orientado al pop rock. Después de su hit Desvanecer (1993), de su segundo álbum Vueltas y vueltas (1995) se extrae Mi Generación, gran himno histórico de la banda, que en su letra recupera eventos importantes de Colombia en los años 80, como las gestas ciclísticas de Lucho Herrera, la toma del Palacio de Justicia y la Constitución de 1991. Una canción a la que Andrés Cepeda le dio voz y que se estacionó con fuerza en el imaginario de la colombianidad contemporánea.
Se tomaron la Embajada
Se tomaron el Palacio
Yo los vi en televisión
Yo tomaba Chocolisto
y escuchaba a Lucho Herrera
coronarse campeón
Cuando ya me enamoraba, las muchachas escuchaban
dizque rock en español
Y las bombas reventaban
Mientras tanto relataban
Una gran constitución
Es la historia de mi generación
Decime, decime a dónde vamos
Mi ciudad ya no es la misma canción
Presiento que este cuento no acabó
«A mí me sorprende que la letra de la canción siga vigente hoy, que sigamos hablando exactamente y que el país siga girando en lo mismo. Mi Generación la grabamos en octubre del 94 y yo lo recuerdo porque fue el día en que se murió mi papá y ese día yo tuve que venir del cementerio vestido de paño a grabar la batería de Mi Generación. El país sigue girando hoy sobre esos mismos dolores con nombres de protagonistas distintos y yo creo que eso hace que la canción hoy quien la canta siente que está cantando de alguna manera el país en el que vive», destaca César López haciendo énfasis en la historia cíclica de violencia que vive Colombia y en su letra imperecedera regida por la nostalgia.
Con más de 30 canciones grabadas en ocho años, Poligamia partió caminos en 1998. Según César López, la banda ya había visto una curva descendente en sus antecesores y no querían repetir esa historia. «Dijimos, vamos a acabar el grupo en este momento que hay una percepción de que la banda ha hecho un buen trabajo (…) creo que la decisión de no quedarnos ahí viendo cómo la banda se iba disminuyendo en términos de potencial creativo, de alcance con la audiencia, estuvo bien tomada».
Andrés Cepeda, que como solista construyó una carrera muy exitosa con impacto internacional en la balada y el bolero, conserva un recuerdo intacto de su incursión en el rocanrol; y también sostiene puntos de vista definidos sobre la esencia del género del que hizo parte. «Nación Rebelde es como el rock: la expresión más pura de la libertad y la juventud que para los roqueros es eterna (…) El rock siempre debe ser contestatario, tiene que ser rebelde, liberador y tiene que ser capaz de plantear sus opiniones y sus inconformismos y sus deseos a grito herido con muchos decibeles y sin pelos en la lengua».
Ekhymosis de Medellín venía construyendo un camino musical destacado desde 1987. Afiliados inicialmente al Death Metal y con la banda Masacre como referente, fueron mutando en su propuesta musical hasta consolidarse como una banda grande de pop rock a nivel latinoamericano. Sobre esta transformación habla en Nación Rebelde RTVC el mismísimo Juan Esteban Aristizábal, conocido en todo el mundo tiempo después como Juanes. «Al final eso es la música, no sé, 12 notas musicales que las organizas como se te dé la gana y cada vez puedes encontrar algo distinto, entonces es como infinito y eso es muy bonito y alimentarse de diferentes culturas y puntos de vista. Siempre va a crear algo que es mucho más hermoso que si lo haces vos solo desde tu propio ser chévere, poder aprender de la gente y poder aprender de uno mismo».
Ekhymosis, expresión médica que hace referencia al moretón que queda cuando uno sufre un golpe, se gestó con espontaneidad cuando Juanes buscó al bajista y fundador de la banda, Andy García, para que le arreglara su guitarra. Después de sentarse a tocar, conformaron la banda y rápidamente encontraron espacios de metal en Medellín para tocar en vivo. De 1987 a 1997 lanzaron ocho discos entre LPs, EPs, acústicos y demos. Como parte de una propuesta enfocada en su cotidianidad violenta, la carátula de su cuarto trabajo, Niño Gigante (1993) fue censurada, por mostrar a un niño portando un revólver. «A quién más uno le va a escribir si todos los días veía una bomba, que matan a alguien. Ver en las noticias plagas de eso, son como la constante de las emociones. Era la realidad en ese tiempo (…) y por eso censuraron la carátula por ser tan agresiva, con un chico que portaba un arma de calibre 38. Era un peladito que veíamos siempre en el semáforo y le dijimos ven y nos tomamos unas fotos y la cara que tenía ese pelado era con una inocencia malvada».
El disco Niño Gigante, acompañado por la rentable polémica de la censura, alcanzó a vender una cifra de copias sin antecedentes para el rock colombiano. Fue un trabajo que se había alejado casi totalmente del eje thrash y heavy metal de sus inicios, pero que no dejaba de ser contundente en su interpretación. El gran himno de este álbum, con una base de piano, es otra de esas piezas inmortales para la historia rock colombiano: Solo, una composición introspectiva que reflexiona sobre la fortaleza que se requiere para encarar las dificultades de la vida.
Estoy solo y pienso que,
sólo puedo ver allá
Donde la luna,
no es un horizonte más que alcanzar
Paso a paso siempre voy,
construyendo mi vida
Tropezando
constantemente, con lo que sueño
Es imposible de lograr, lo sé
Tal vez con ambición
Es la razón de la vida
Sobre la importancia de Ekhymosis y su rumbo musical tan criticado por una escena altamente sectaria como la del metal, Andy García asegura: «Claro, hablamos de realidades y es que uno no puede alejarse de la realidad, uno no puede estar lejano esa realidad cruda, pero también creamos realidades paralelas e imaginarias y ese imaginario permite que la creatividad no se quede en la realidad cruda y nos lleve realmente a ser unos historiadores de nuestra época».
Excavar sobre el desarrollo y el crecimiento del rock colombiano en los años noventa requiere hacer más de una pausa para tomar aire porque fueron muchos los eventos e hitos que se tejieron en cada año. En un contexto político y social donde el entusiasmo colectivo multiplicaba su efervescencia y construía una genuina autenticidad musical, la mesa se iba sirviendo para la aparición en escena de la banda más importante que ha visto rock colombiano y del festival que lo cambiaría todo. Pero ahora es momento de respirar antes de abordar los fenómenos que irían apareciendo con el curso de los años noventa, como parte estelar de la evolución de esta Nación Rebelde RTVC.


Entrevistas
En los episodios 5, 6 y 7 de Nación Rebelde RTVC hablan músicos influyentes en la escena alternativa nacional de los años 90 como Juanes de Ekhymosis, Andrés Cepeda y César López de Poligamia, Carlos Vives, y Andrea Echeverri y Héctor Buitrago de Aterciopelados y Mario Muñoz, de Doctor Krápula. También, expertos y testigos musicales como Héctor Mora, Julio Correal y Sandro Romero Rey.
Carlos Vives - Las raíces del Rock de mi pueblo
Carlos Vives - La colombianidad de su música
Carlos Vives - Cómo surge el Tropipop
Aterciopelados - Sobre su mayor éxito, Bolero Falaz
Aterciopelados - La importancia de El Dorado para el rock nacional
Julio Correal - Ser mánager de Aterciopelados
Juanes - La violencia en Medellín antes de Ekhymosis
Juanes - La formación de Ekhymosis y sus influencias iniciales
Juanes - Su carrera solista y la música como fenómeno universal
Andrés Cepeda - El origen de Poligamia y su hit “Desvanecer”
El contexto social de la Constitución de 1991
Aterciopelados - Cómo se conocieron y la formación del grupo

Infografía 3
Uno de los himnos del rock colombiano de comienzos de los 90 fue Mi Generación de Poligamia, que refleja, desde un punto de vista adolescente, las inquietudes de un país que se transformaba a través de todo tipo de turbulencias políticas y sucesos de interés nacional. ¿De qué se trata? Entérate acá.

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