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El viaje continúa….

Después de recorrer durante tres semanas los 1.540 kilómetros del río Magdalena, desde Barranquilla hasta la laguna de La Magdalena en el Huila, documentando la importancia que tiene el río para el país, las oportunidades de desarrollo que representa, su oferta turística, su gran biodiversidad y los retos y dificultades que enfrenta, RTVC Sistema de Medios Públicos les entrega a los colombianos y a los visitantes de todo el mundo este especial multimedia que los conectará con las historias, la cultura, los paisajes y el acontecer de más de seis millones de ribereños. 

Esta producción es la memoria de la más completa investigación periodística y audiovisual que se haya hecho sobre el principal río del país desde los medios públicos. Es el reflejo de las voces del río contadas a través de un documental apasionante y los sonidos del afluente que conecta a Colombia, y que todos debemos conocer.

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Así fue y así arrancamos. Nos lanzamos al agua con el corazón abierto, la mente dispuesta, todo el rigor periodístico y la capacidad de un equipo de más de cuarenta personas de RTVC, comprometidos con hacer el especial más completo que se haya producido sobre el río Magdalena.

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Barran
quilla
Bocas de Ceniza Atlántico

La fuerza del río Magdalena se rinde ante la majestuosidad del mar en Bocas de Ceniza. Allí, las historias recogidas a lo largo de kilómetros se resumen: riqueza y pobreza, agua por doquier y gente sin líquido potable, pescadores del tajamar que buscan el pan con escamas y encuentran desperdicios. Expresividad y música van en las venas y tanta riqueza de río y océano contrastan con la pobreza de hombres, mujeres y niños de pies descalzos, estómagos vacíos y anhelos infinitos.

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Plato
Magdalena

Realidad y fantasía se funden en Plato, donde ‘el Hombre Caimán’ aún persigue lavanderas mientras busca quién continúe su legado y las tumbas han dado paso a los parques. Allí la ciénaga es un paraíso apenas explorado por los canoeros. Y luego en El Banco, el Magdalena reclama su cauce y en cada invierno inunda sus calles, pero el anegamiento recuerda el apellido más ilustre, el de José Barros y una piragua que aún navega en la memoria.

 

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NICA
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Dayro: corredor de canoas, pescador de oportunidades

Por Carlos Barajas Villamil
Oficina de Comunicaciones de RTVC

 

Allá en Plato, en donde la leyenda de ‘El Hombre Caimán’ se niega a desaparecer y busca quién tome la posta para mantenerla viva, cada quien trata de escribir su propia hazaña. No importa si no es tan pública, sino muy íntima. No importa si se queda en Plato, este municipio del departamento del Magdalena porque, al fin y al cabo, todos usan lo que Dios les ha dado para salir adelante.

Como los pescadores, a los que Dios les dio el río, pero se han quedado sin pescado y las canoas se usan ahora en muchas otras cosas, como correr. ¿Y por qué no? Eso debió pensar Dayro, un hombre que se ha hecho fama de corredor en San Rafael, sector de la Culebra, un barrio marginal de Plato que colinda con el Caño de las Mujeres, en la zona cenagosa.

Se presenta como Dayro de Jesús Contreras Herrera, con todos los nombres y apellidos -como enseñaban los abuelos, orgulloso de cada letra-. Tiene el hablar desparpajado y rápido del caribeño que quiere ahorrarse las sílabas, una sonrisa amplia y espontánea, la sencillez le brota por los poros y la generosidad del pobre que comparte hasta lo que no tiene. Vive el día, su único afán es conseguir lo del siguiente sol.

Es tímido, no le gusta hablar mucho y menos de él mismo. Vive en una comunidad en donde el lema es: “Uno se rebusca”. Unas veces pesca y otras recoge y lleva naranja, plátano, yuca u otra cosa a corregimientos cercanos donde solo puede llegar remando para ganarse unos pesos, incluso en canoas prestadas.

Quizás esas duras jornadas río arriba y río abajo son las que han moldeado su fibra de campeón en una figura menuda y delgada, nada portentosa como para pensar que es invencible. ¡Cómo engaña la vista!

Después de entrar por vías polvorientas, hay que caminar unos 100 metros por el malecón para llegar a su casa, un bohío construido en bahareque, madera, latas y paja, donde viven todos: padres, abuelos, hijos, hermanos y sobrinos. El solar, atrás de la vivienda, es inmenso y a un lado hay un fogón de leña donde su esposa prepara lo poco que se consigue para comer y ella se apresura a preparar un tinto para la visita.

No hay luz, no hay acueducto ni alcantarillado, ni siquiera ventanas, apenas el vano de las puertas para entrar. Los pisos son tierra pura que levanta polvo en verano, pero ahora, en invierno, es un barrizal por el que caminan descalzos.

“En la pesca hay días bien (sic) y días malos, por eso cuando viene la vaina del concurso de canoas yo me pongo con el hermano mío, hago carreras y me gano los premios”, cuenta. La carrera se realiza desde hace seis años y Dayro lleva cuatro participando, en un reinado que nadie parece poder quitarle, pero para él es sobre todo otra fuente de ingresos.

“Hoy tú no vas a correr”, le dicen algunos cuando hay alguna apuesta o van a practicar, pero él les discute: “Ah! no, esto es pa’ todo el mundo”. “Aquí hay compañeros como ‘El Negro’ Mendoza, que lo busca a uno, y como uno ya es campeón siempre le siembra la ‘maricadita’ y queda con ganas de sacarse la espinita”, se sonríe con malicia.

El regalo del río

Las carreras son hoy parte del patrimonio cultural de Plato y se efectúan durante la celebración del Festival Folclórico de la ‘Leyenda del Hombre Caimán’, organizado por la Fundación que lleva ese nombre y que se celebra desde 1.972. En ella se citan canoeros de ‘La Culebra’ y ‘La Pola’, sus principales retadores. Dayro se inscribe sagradamente cada diciembre aprovechando que es gratis, de otro modo no podría competir por el premio que puede ser entre un millón quinientos mil y dos millones de pesos.

Recuerda ese triunfo: eran 14 canos formadas en la boca del Río Magdalena, dos competidores por cada una y debían llegar a un punto designado en medio de un paisaje que hoy es considerado patrimonio ambiental y turístico y que hace parte de las ciénagas de Zárate y Malibú, el segundo complejo cenagoso más importante de Colombia. 

“Me dieron un cheque que fui a reclamar al banco, menos mal, porque hace unos años, en una administración anterior, hubo dos premios que ‘se perdieron’ y nunca nos dieron nada”. 

¿Y cuál es el secreto de su fuerza, entonces? “No es fuerza, es física” –dice convencido– pero se refiere a la constitución física y a lo que no hace antes de la carrera para que el cuerpo le responda. “No se puede comé ni bebé agua antes de la carrera porque le da dolor de cabeza y ¡wuaaa!... devuelve todo”.

También depende de la canoa. Normalmente las que están hechas de fibra son las mejores para correr, pero además cuenta la dimensión y la línea. “No todas son buenas porque hay unas que usted las boga y se ‘chupan’”, es decir, se hunden en la popa al arrancar. “En cambio, una buena canoa tan pronto la bogan se bota pa’lante”.

Mientras hace su relato se acomoda en el interior de una canoa de unos cinco metros de largo que guarda como un tesoro en el patio del rancho, apoyada sobre tres soportes improvisados con ramas, pero que aún no la ha probado en carrera. “Esa me la regaló mi hijo”, dice orgulloso, refiriéndose a Dayro Junior, un jovencito de 16 años.

“Un día me dijo: “Papi, vamos a pescar”, pero yo estaba aquí en la casa aburrido y no quería salir. “Vamos, vamos que esta vaina va a estar buena”, le insistía tanto el joven que decidió hacerle caso. Cuando llegaron a la boca del río Magdalena tomaron un poco río arriba y allí apuntaron sus focos de luz hacia adelante.

“Vimos un montón de Barbul (pez endémico del Río Magdalena) volteados, pero vivos. Yo empecé a echar agua hacia la canoa con las manos y reuní 1.500 barbules. Luego echamos pa’ arriba y recogimos como 250 pescados más. Con eso compré esta canoa, ese fue el regalo que me hizo mi hijo”.

Pero, por ahora, compite en otras canoas, como en la que ganó la última vez, que se la alquiló un pescador que vive en San Luis y al que al día siguiente de la competencia se la devolvió y le pagó con parte del premio.

Entonces pasa la carrera y Dayro vuelve a su otra realidad, la que determina que la pesca y la carga son la forma más ‘segura’ de levantar el sustento. “Lo más bonito y satisfactorio de ser pescador es que uno tire su atarraya y encuentre alimento para los hijos y para uno”.

Para hombres como él no hay mucho más que pedir en Villa Concepción de la Plata, el verdadero nombre de Plato, una población rica en recursos, tanto que hoy las petroleras empiezan a llegar en busca del ‘oro negro’ que se esconde en la ciénaga y que abre muchos interrogantes en una población donde el Mototaxismo es una de las pocas actividades distintas a la pesca, a lo que se dedican los que no tienen para una canoa.

Por eso, a pescadores como Dayro los tiene en alerta lo que pueda pasar, porque allí está su vida, la que les da el Río Magdalena.

 

Una canoa que tiene historia humana en los años, entre sus remos, rincones, asientos y travesaños. Sus puntas, fondo mojado con un poquito de agua, con la familia que crece mientras rema con nostalgia.

Fragmento poema ‘Una canoa en el suelo’, de Lucy Quaglia

 

Sobre La Ruta del Magdalena

Es la producción convergente más ambiciosa en la historia de RTVC Sistema de Medios Públicos. Una travesía por tierra y agua, desde la desembocadura del río en Bocas de Ceniza en el Atlántico, hasta la Laguna de La Magdalena en el Huila, en la que participaron más de 40 personas entre periodistas, documentalistas, videógrafos, fotógrafos, realizadores y técnicos que hicieron un amplio cubrimiento informativo para las distintas marcas.

Los 1.540 kilómetros recorridos, incluyeron 25 municipios en 13 departamentos a lo largo de 20 días, en los que se descubrieron decenas de historias de colombianos que tienen una estrecha relación con el principal afluente del país y que hoy se comparten desde RTVC con más de cinco millones de personas que siguen los resultados periodísticos de la expedición desde Colombia, Estados Unidos, España, Ecuador e Irlanda, el Top 5 de los países conectados.

Un documental y otros informes, crónicas e historias seguirán entregándose a lo largo del 2022 en los distintos medios de RTVC y en la página www.rutadelmagdalena.com

 

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Mom
pox
Bolívar

En Mompox el río se detiene a contemplar la belleza de un pueblo bendecido, donde las gestas independentistas encontraban repetido reposo y su belleza liberaba al Libertador. Cada calle, cada esquina, cada iglesia recuerda un pasado que se mantiene presente y las cúpulas afloran y se abrazan con amaneceres y atardeceres que extasían e invitan a no marcharse nunca más, a volver por siempre.

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Ba
rran
caber
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Santander

Allí en el Magdalena Medio, donde la violencia se ensañó un tiempo, el caudal del río amenaza la navegabilidad y el petróleo es protagonista, pero se pelea con la pesca. El mercado del ‘Paseo del Río’ reúne a pescadores, comerciantes y compradores que hacen votos para que la riqueza que brota del suelo no mate la que brota del agua. Allí la cultura caribeña recibió La Pollera Colorá de la andina, y las dos se mezclan bajo el calor abrazador.

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Puerto
Berrío
Complemento Puerto Triunfo, Antioquia

Los cementerios guardan recuerdos de víctimas desconocidas que Puerto Berrío acogió para no olvidarlos. Bajo el puente de El Monumental, que une Antioquia con Santander y conduce a Cimitarra, el río Magdalena recuerda cómo el comercio tuvo en sus aguas una época de esplendor y frenética actividad, donde el primer hotel en concreto acogía personalidades. Todo se fue opacando con el ferrocarril y ahora ni barcos ni trenes son privilegiados. Los vagones, con recuerdos de mariposas amarillas que vuelan liberadas, yacen sobre los rieles de su propio cementerio. Como en un Macondo en el que la fantasía supera a la realidad, Puerto Berrío trata de recuperar la tranquilidad y dejar que el río se lleve los recientes malos recuerdos.

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Honda
Tolima

Histórica y colonial, Honda va de lado a lado del río a través de sus 40 puentes narrando historias. Arquitectura de balcones, ventanas y calles empedradas atrapan contando la mezcla de influencias que arribaron de otros continentes. Desde el ‘Navarro’, precursor de los puentes de hierro en Sudamérica, hasta la modernidad del ‘Alfonso Palacios Rudas’, le entregan un merecido título a una ciudad que vio llegar y partir embarcaciones con cargas y viajeros en tránsito hacia y desde Santa Fe con el primer puerto del interior que acopió y distribuyó el desarrollo. Su plaza de Mercado, antes convento, escuela y cuartel y hoy bien de interés cultural y patrimonial, deleita el ojo y el paladar. La que fue capital y hoy es parte de la red de pueblos patrimonios de Colombia, le dio museo al río y por donde se le mire tiene algo que contar de él.

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Girar
dot
Cundinamarca

El río Magdalena lo hizo principal puerto comercial y lugar de paso hacia Bogotá. Cargas de café y tabaco y pasajeros pasaban por allí desde 1.880. Un año más tarde le entregó el tren y para 1930 el puente Férreo, construido por los ingleses, permitió unir Huila y Tolima con Cundinamarca. El puente se convirtió en un ícono y luego llegó por las aguas el primer hidroavión que despegó en 1920, y convirtió el río en una pista que llevó pasajeros entre el interior y Barranquilla. En 1933 los barcos no navegaron más, los ferrocarriles nacionales murieron en 1991 y hoy el puente férreo está en ruinas. Hasta el vehicular Mariano Ospina Pérez trata de reponerse del deterioro e incluso el río, que recibe 800 toneladas de contaminantes diarios del río Bogotá, está herido. Son las infraestructura hotelera y turística las columnas que sostienen a Girardot.

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Neiva
Huila

Del retumbar de la tambora en Espinal y la cerámica negra que el río les regala a los pobladores de La Chamba, en el Tolima, río arriba se llega a Neiva (Huilla) donde la muerte acecha al Magdalena con la descarga 1.370 litros de aguas putrefactas por segundo, por las tuberías, 15.000 toneladas al año de materia orgánica. A la indolencia de muchos neivanos se suma la falta de voluntad política para construir una planta de tratamiento de aguas residuales (PTAR). Y muy cerca de allí, los pescadores lloran la construcción del embalse de Betania, represa que inundó tierras ganaderas y arroceras, cambió su economía, trajo mortandad de peces y afectó su sustento.

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Puerto Triunfo, donde el Río Magdalena se volvió la gran empresa de los areneros

Por Carlos Barajas Villamil
Oficina de Comunicaciones de RTVC

 

En el malecón turístico de Puerto Triunfo transcurren muchas historias, la de visitantes que quieren conocer la Hacienda Nápoles, ubicada en Doradal, muy cerca de allí; la de migrantes que encontraron en esta población su única fuente de trabajo, la de un pueblo tranquilo que vivió días de violencia que no quisieran que volvieran, entre otras. Son tantas, que no se compadece con la tranquilidad aparente que vive este municipio de Antioquia hoy en día.

 

“Puerto Triunfo es una tierra de paz, tranquilo, para vivir sin ningún problema, donde en este momento la mayor fuente de empleo que tenemos es la extracción de material de playa para la construcción, en donde más de 150 familias dependemos de eso”, dice Juan Eloy Virgüez Villa, quien encontró en la extracción de arena del lecho del río una alternativa de vida, pero que además la compagina con la actividad de guía turístico.

 

“Extraer es una actividad muy dura, implica salir desde las 4 de la mañana o antes a mojarse, porque tienen que hundirse para sacar el material del fondo del río con un tarro de hierro con el que llenan la canoa. Y cuando hacen eso, remar hasta donde hay una banda transportadora y palear para descargar la arena en la banda que la lleva hacia la parte alta de la ribera”.

 

A lo largo de la ribera en Puerto Triunfo hay varias de estas estructuras que han levantado pobladores, pero no constituyen empresas, simplemente las han instalado para hacerlo de una manera un poco más industrial en terrenos que tenían o compraron con ese fin. Con esto dan empleo a otros que se encargan de la extracción, pero hay muchas poblaciones a lo largo del Magdalena dedicadas a esta actividad que no tienen cintas transportadoras y deben ‘palear’ más.

 

“Quienes extraen buscan partes poco profundas del río, de 1 a 1,5 metros, donde el agua no les llegue más arriba de la cintura porque de otro modo sería imposible y su vida correría mucho más peligro”, comenta Juan. 

 

El tarro vacío, ya de por sí es muy pesado, tres kilos. Cuesta imaginar cuánto pesa si está lleno de arena mojada. Pero al tremendo esfuerzo se suman varios riesgos, pues una canoa se puede voltear y atrapar a los que están sumergidos, o aumentarse el nivel del río por el invierno y presentarse una creciente súbita que los arrastre, o los puede golpear un tronco o un escombro.

 

“Y hay gente que trabaja ahí que ni siquiera sabe nadar. Es muy complicado, porque es metérsele a un río así de peligroso sin tener toda la capacidad para hacerlo, pero toca, porque en este momento es la mayor fuente de empleo y no hay otra cosa que hacer”, comenta Virgüez Villa.

 

Arena bendita

Todo el tiempo deben llenar el tarro de hierro, sacarlo a la superficie y descargar hasta llenar la canoa también. El riesgo y el esfuerzo se pagan con tal de extraer materiales que solo el Río Magdalena provee en estos pueblos, como la gravilla y el ‘arenón’ para los pisos y ‘reboque’ con el que se pañeta.

 

“La gravilla y el arenón tienen menos demanda, pero el reboque se usa mucho y lo llevan para el oriente antioqueño. En este momento la demanda más grande que tenemos es para Marinilla, Guarne, Rionegro o La Ceja”.

 

Juan cuenta que en el lecho del río se encuentran cuatro materiales diferentes, pero el río les facilita la labor para sacar el que necesitan. “La naturaleza es tan bonita que usted va al río a sacar gravilla y ya está separada, igual el arenón. Todo lo encuentra separado, solo que hay que buscar y encontrar el sitio donde está cada uno”.

 

En una jornada de trabajo desde las 4 de la mañana hasta la 1 de la tarde, se pueden sacar cuatro a cinco canoas de 4 metros y con dos personas a bordo, llenas de gravilla. Pero esto puede variar porque hay canoas de entre 7 y 9 metros que pueden llevar de 3 a 5 personas.

 

De Venezuela a Puerto Triunfo

Algunos de los que extraen la arena del río son migrantes venezolanos que llegaron a Puerto Triunfo huyendo de la situación de su país, en busca de una oportunidad de trabajo para darle un sustento a sus familias. Algunos llegaron solos, otros ya tenían familiares allí que los recibieron. 

 

Como Jeyson Pérez, un venezolano oriundo del estado de Carabobo, a 12 horas de viaje de la frontera con Colombia. Allí trabajaba vendiendo verduras, pero la situación del país hizo muy difícil el trabajo y decidió irse. Llegó a Puerto Triunfo porque una hermana suya se estableció allí y lo llamó para que viajara. Dejó a sus padres y cuatro hermanos en Venezuela y viajó con su esposa y dos hijos, de ocho y cinco años, una parte del trayecto a pie y en otra le pagaron el pasaje.

 

Ellos se quedaron en Medellín con la madre y allí estudian, y él viaja cada tres meses para verlos. “Fue muy duro porque cuando llegué no sabía nada de este oficio, no me imaginaba cómo era la extracción, pero unos compañeros venezolanos me metieron al río y me enseñaron, así aprendí poco a poco, gracias a Dios me ha ido bien”. 

 

Asegura que lo han tratado bien en Puerto Triunfo y no piensa irse para otro lugar de Colombia, si se va será a su país de nuevo, cuando las cosas mejoren. Cuenta que hay unos 50 venezolanos que encontraron en el pueblo un modo de vida en la extracción, que ganan entre 50 y 70 mil pesos diarios, trabajando todos los días para pagar arriendo, servicios, comida y enviar dinero a Venezuela.

 

Otro de ellos es Jesús Andrade, un campesino agricultor que llegó de Yaracuy (Venezuela), desde donde viajó a Cúcuta y de allí a pie hasta Puerto Triunfo con cinco personas más, en un trayecto que les tomó un mes. Sin embargo, cuando empezó la pandemia sus compañeros se regresaron. Se quedó con el único propósito de mantener a su familia, sus padres se quedaron con su esposa y sus tres hijas de 9, 7 y 3 años, pero estas llegaron a Puerto Triunfo una vez él encontró trabajo y vivienda.

 

“Me quedé porque es el único trabajo que hay, yo no sabía nada de esto, es un poco fuerte, pero ¿qué más?… hay que echar pa’lante, incluso he hecho mis ahorritos, pero ¡coño!, cuando el río está crecido me da miedo”, admite. Él mismo ha sufrido sustos pues dice que es usual que se partan las hélices de las canoas y que si no se maniobra rápido se hunden.

 

A pesar de que hay varios compatriotas, cada quien hace lo suyo y nunca se reúnen para compartir. Muchos llegaron y se fueron, “pero yo me quedé por necesidad, porque qué va a hacer uno mendigando por la autopista”. Nunca había oído antes de Puerto Triunfo, pero dice sentirse bien, “solo esperamos que mi país se acomode y me imagino agarramos camino otra vez”.

 

Hay quienes, como Juan, dicen que la situación económica de Puerto Triunfo cambió cuando murió Pablo Escobar, pues este era uno de los puntos de refugio del extinto capo. Una realidad que nade se esfuerza por negar. “En Navidad él hacía montar una tarima, traía payasos y de todo y hacía anotar los niños de aquí, de Santiago de Berrío, Doradal, Perales y todos los corregimientos, y andaba aquí normal.

 

¿Y esa historia pesa aún sobre el pueblo, cree que los ha marcado negativamente? Pues no, aquí él quería hacer viviendas como en Medellín para darles a los pobres, pero muchos se opusieron porque decían que se iba a adueñar del pueblo y otras cosas. Para Juan el hecho de que ya no esté Escobar ha provocado que no haya fuentes de empleo como había antes en la Hacienda Nápoles. También dice haber sido testigo de la violencia que reinaba entonces y episodios donde aparecían muertos en el río o en las calles, pero nadie preguntaba nada por miedo.

 

Hoy la realidad es muy diferente. Hay quienes afirman que igual la tranquilidad aparente es porque no deja de ser una “región caliente” y eso ejerce una especie de control social. Pero más allá de eso la realidad es que para subsistir, el que no quiera trabajar en el río, debe mirar hacia Doradal.

 

A pesar de que Doradal es un corregimiento y Puerto Triunfo es municipio, es allá donde se concentra el turismo por la cercanía con la autopista y porque la antigua Hacienda Nápoles es un atractivo que ha concentrado la hotelería para atender el flujo turístico.

 

En Puerto triunfo quedan algunos guías que como Juan ofrecen tours de 4 a 6 horas por el río, avistar las aves en el atardecer y escuchar los monos aulladores, ir hasta el Puente de la Paz que comunica Antioquia con Boyacá, ver el paisaje de la quebrada de Río Claro Sur, las Grutas del Cóndor y San Juan.

 

Aparte de eso, aquí el que no sabe sacar arena, debe dedicarse a coger limón, trabajar en las fincas, a ser ‘chiveros’ en las rutas que viajan a los corregimientos o buscar opciones en las empresas de cal que hay entre Doradal, Las Mercedes y Río Claro, o en cementeras como Corona y Río Claro. De resto, la única gran empresa es el Río Grande de la Magdalena”, finaliza Juan Virgüez. 

 

Sobre La Ruta del Magdalena

Es la producción convergente más ambiciosa en la historia de RTVC Sistema de Medios Públicos. Una travesía por tierra y agua, desde la desembocadura del río en Bocas de Ceniza en el Atlántico, hasta la Laguna de La Magdalena en el Huila, en la que participaron más de 40 personas entre periodistas, documentalistas, videógrafos, fotógrafos, realizadores y técnicos que hicieron un amplio cubrimiento informativo para las distintas marcas.

 

Los 1.540 kilómetros recorridos, incluyeron 25 municipios en 13 departamentos a lo largo de 20 días, en los que se descubrieron decenas de historias de colombianos que tienen una estrecha relación con el principal afluente del país y que hoy se comparten desde RTVC con más de cinco millones de personas que siguen los resultados periodísticos de la expedición desde Colombia, Estados Unidos, España, Ecuador e Irlanda, el Top 5 de los países conectados.

 

Un documental y otros informes, crónicas e historias seguirán entregándose a lo largo del 2022 en los distintos medios de RTVC y en la página www.rutadelmagdalena.com

 

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Gar
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Huila

Cerca del municipio de Garzón, otra obra de 8.500 hectáreas de agua arrasó tierras de campesinos obligados a entregar para construir la represa de El Quimbo. Deforestación por doquier dejó a cientos de pobladores sin alternativas de cultivo, sin su oficio de pescadores y ni siquiera proyectos de riego porque las aguas se desviaron. Fauna, flora y material orgánico dieron paso a la maleza y un paisaje árido. Y del páramo de Miraflores baja la quebrada Garzón que arrastra contaminación de fincas, cosechas y habitantes, y llega al Magdalena. Pero también hay espacio para proyectos cafeteros donde la mujer se empoderó y se convirtió en productora y exportadora.

 

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Derly: el arte de pintarse a sí misma

Por Carlos Barajas Villamil
Oficina de Comunicaciones de RTVC

 

Desde abajo, las casas dispersas en las faldas de las montañas hacen ver a San Agustín como un pesebre en dimensiones reales. Y mirando sus gentes, los rasgos que busca captar Derly Yohanna Chito emergen en cada rostro. Los observa en busca de sus ancestros para plasmarlos en cuadros que se convierten en espejos en los que se ve ella misma.

 

Allí se reflejan sus orígenes, cantos, tradiciones, sus luchas, su amor por la tierra… La mirada vivaz y transparente contrasta con la piel morena que le da una expresividad y un halo de bondad que no es ingenuidad, sino la actitud tranquila de quien confía en los demás y les brinda la oportunidad de mostrarse, sin prejuicios. Ella es el rostro de su raza.

 

Derly desciende de los Yanaconas, cuyas raíces provienen de los pueblos Incas y que fueron migrando al norte, se asentaron en el Cauca, Nariño, Putumayo, Valle del Cauca y Huila, se arraigaron y se mezclaron. Así llegaron a San Agustín. Esa es su esencia, su historia y lo que quiere mostrar a través de sus pinturas, pero ella no particulariza sobre su comunidad, sino que busca retratar el alma de todos los indígenas.

 

“Pinto mujeres y niños más que todo, porque ellas son las dadoras de vida y yo, como mujer, me siento identificada. Ellas son la raíz de la cultura y a través suyo esta sigue creciendo en los niños, no se pierde”. Como parte de una población que en cada rincón respira riqueza cultural y ancestralidad, heredera de la estatuaria de los antepasados sabe de dónde sale su habilidad innata. “Esta es mi manera de ver la vida, a través de la pintura, por medio de las culturas indígenas”.

 

El punto de partida

La vida le dio el ojo para captar la naturaleza humana. Su camino inició en el colegio, pero fue tortuoso porque, mientras ella realizaba trabajos impecables para sus clases, los profesores se los rechazaban porque les parecía imposible su perfección. “No, tú estás calcando, repítelo”, le decían.

 

Eso le aburrió y lo dejó hasta que una amiga profesora le pidió ayuda con unas pinturas para la escuela y cuando las vio se sorprendió: “¡No sabía que pintabas así de bien!,”. Yo tampoco, jajaja”, le respondió con su espontaneidad. De repente esa aptitud se convirtió en una pasión que desató el talento contenido y se afianzó hace más de siete años, cuando empezó a fijarse en los indígenas Embera desplazados. Los vio en San Agustín, en Bogotá y en otras ciudades y pueblos mendigando en las calles.

 

“Vi mujeres y niños rechazados y estigmatizados y quería que la gente también los viera”. Iniciar fue duro porque ya era madre de cuatro niños y ama de casa, pero no se detuvo y hoy es reconocida por sus obras al óleo, “es aceitoso, los colores se dejan combinar y su secado más duro permite mejorar lo que sea, en cambio con los vinilos lo que fue, fue”, explica. 

 

Su conocimiento es el que le ha dado el ensayo porque nunca ha ido a una escuela de Bellas Artes. “Eso es parte de lo que quisiera aprender si tuviera la oportunidad, porque tiene mérito ser empírica, pero también es importante adquirir la técnica”.

 

Cree que los indígenas son la raíz de la tierra y, a punta de ver fotos de los Nukak Makú del Amazonas, o los Embera del Chocó, se familiarizó con los rasgos. Sin embargo, es la mirada donde está su fuerte. “Es la entrada del alma”, dice, y esa sensibilidad también aflora en un cuadro donde expresa la nostalgia por descubrir qué pasó con San Agustín, “esos que tallaron las esculturas. ¿Qué pensaban? ¿Por qué se fueron? Lo que nunca se supo de ellos”.

 

Cuando no pinta rostros, se refugia en la naturaleza, la selva y el río Magdalena y últimamente en hacer murales, pero son sus cuadros los que la han llevado a exponer en El Faro, un centro cultural de San Agustín, y en la casa de la Cultura, aunque su mejor galería ha sido la calle.

 

El río que trajo la migración

El abuelo de Derly le contaba historias de los ancestros que llegaron a San Agustín desde el Cauca a través del páramo que esconde la laguna de la Magdalena, donde nace el río que más abajo se abre paso en el Estrecho de San Agustín.

 

“Me decía que hace 80 o 90 años de cada diez personas, una no lograba sobrevivir al frío allí, pero se aventuraban en sus caballos para venir a vender papa, quesos, sal, todo lo que no se conseguía aquí y que traían del Cauca y Nariño. Así, algunos se fueron quedando”.

 

Quizá porque encontraron en el río su amigo. “Esa es la importancia de ‘Yuma’, porque arriba se juntan varias afluencias y al bajar por la vereda de Puerto Quinchana va creciendo y la gente puede pescar y realizar otras actividades. No era por su caudal, sino porque generaba vida, surtía agua a los pueblos, marcaba la actividad económica y daba lugar a un mercado campesino que unía culturas de ambos departamentos”.

 

Se dice que allí, en ‘El río amigo’, se realizaban cultos y por eso hoy, cuando hablan de hacer una represa, todos se revolucionan porque quieren que el agua siga pura y no suceda como con las represas de Betania y El Quimbo. “Sería terrible, ya tenemos el caso de El Agrado, donde se hizo la represa de El Quimbo y se perdió mucha cultura, ríos, casas y fincas que la gente vendió baratas y después vio como todo era inundado, desaparecían muchas especies y árboles nativos. No queremos eso”.

 

Derly quiere que sigan las chirimías, que suenen los tambores y las gaitas que hoy los jóvenes están dejando por el reguetón y los ritmos urbanos y que solo los mayores tratan de preservar. Que todos se pongan la camiseta para que sigan tesoros como el río, que su gente cuida desde la parte alta restringiendo el paso de turistas a la laguna y limpiando los caminos. “Porque sin el Rio Magdalena, o si se seca nuestra laguna, prácticamente desaparece el río y nosotros, porque somos parte de ello también”.

 

Que no desaparezcan como su lengua nativa y los rostros que pinta no queden solo en cuadros. Que los colombianos los admiren como su esposo Frank, un francés al que molesta porque le dice que se le acabaron las francesas y se vino a buscar indígenas. Que se interese en como los franceses que la admiraban cuando él la llevó a su país. “Eso era lleno de ‘monos’ mirando mis facciones, jajaja”.

 

Sobre La Ruta del Magdalena

Es la producción convergente más ambiciosa en la historia de RTVC Sistema de Medios Públicos. Una travesía por tierra y agua, desde la desembocadura del río en Bocas de Ceniza en el Atlántico, hasta la Laguna de La Magdalena en el Huila, en la que participaron más de 40 personas entre periodistas, documentalistas, videógrafos, fotógrafos, realizadores y técnicos que hicieron un amplio cubrimiento informativo para las distintas marcas.

Los 1.540 kilómetros recorridos, incluyeron 25 municipios en 13 departamentos a lo largo de 20 días, en los que se descubrieron decenas de historias de colombianos que tienen una estrecha relación con el principal afluente del país y que hoy se comparten desde RTVC con más de cinco millones de personas que siguen los resultados periodísticos de la expedición desde Colombia, Estados Unidos, España, Ecuador e Irlanda, el Top 5 de los países conectados.

Un documental y otros informes, crónicas e historias seguirán entregándose a lo largo del 2022 en los distintos medios de RTVC y en la página www.rutadelmagdalena.com

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San
Agustín
Huila

El encuentro íntimo del hombre con la naturaleza en un santuario de paz, donde el silencio deja escuchar a la montaña, el agua y el viento hablando. La Laguna de la Magdalena, la madre del río, donde la comunidad indígena, con su sabiduría simple, entran en relación directa con Yuma, lo veneran y lo respetan y quieren que aguas abajo oigan su mensaje. Cada acto a través del arte y la música es comunicación con sus ancestros y la Chaquira acoge al turista, pero cuida. Allí el Magdalena nace y crece rebelde contra la roca mostrando su estado más puro y renovándose, como negándose a morir envenenado aguas abajo.

DOCU
MEN
TAL
Las voces del río Un viaje por el Río Magdalena
Sinopsis:

“En Bocas de Ceniza, las manos de un pescador se aferran a una cuerda que sostiene una cometa, en la cuerda mensajes, deseos o preguntas que nos hacen volver la mirada al río. Estos mensajes son el detonante para emprender un viaje a través del río de la Magdalena, un viaje a contracorriente que simbólicamente representa un viaje en el tiempo.

Voces en cada puerto, historias de vida que se sumergen en un río para ENTENDER ¿qué les ha traído y qué se les ha llevado el río?, voces que se escuchan cercanas a pesar de la distancia. Voces tal vez incomprensibles, tal vez turbias, pero también sonoras, dulces y arrulladoras. Un viaje al interior de un país que nos cuenta sus pesares, sus alegrías, emociones, dolores y sueños. 

Voces que no escuchamos en medio del ruido ensordecedor del desarrollo, de las ciudades cacofónicas y distantes y que nos piden ser reconocidas como parte la historia y la vida de una nación, son las Voces del Río, del gran Río de la Magdalena.”

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